De ordinario solemos dirigir nuestra mirada a una casa para valorar si ésta es luminosa, si está bien decorada o si resulta amplia y cómoda. También podemos observar la armonía de la distribución, la altura de los techos, la calidad de la carpintería y otros elementos propios de la arquitectura o del interiorismo. Pero una casa es mucho más...
Antes incluso de ser una casa, allí había un terreno. Es importante la historia del lugar, las vivencias que allí hayan tenido lugar, los usos que nuestros antepasados le dieron. No es lo mismo si durante siglos ahí hubo un prado donde pastaban ovejas que si fue un campo de batalla de una guerra sangrienta. Tampoco será lo mismo si allí hubo antiguamente un templo sagrado que si fue un lugar en donde realizaban sacrificios o ritos demoniacos. Obviamente la energía acumulada será distinta.
Si no es una vivienda nueva, cada uno de los residentes que tuvo esa vivienda desde que fue construida también dejó sin duda su propia impronta energética entre sus cuatro paredes, por lo que todavía pueden perdurar allí dramas y toda clase de emociones fuertes que pueden entrar en resonancia con los residentes que llegaron después.
También han dejado su propia huella energética los visitantes de la casa, aquellos que atravesaron la puerta de entrada de forma más esporádica: amigos, familiares, vecinos, obreros... todas estas personas también portaban una “mochila energética” única y particular que de alguna manera tiñó la casa.
Podemos ir más allá aún, porque cada mueble y objeto de decoración que conforma ese hogar (e incluso la propia vivienda en sí) también emite al entorno un tipo de energía llamado “onda de forma” relacionada con la forma o apariencia física externa que posee. Esta emisión de energía es extremadamente sutil y no puede ser captada por aparatos convencionales, pero no por eso deja de actuar en su entorno. La emisión de ondas de forma por parte de un objeto puede ser armónica, desequilibrada o neutra; es decir, puede afectar positivamente, negativamente o no influir en absoluto en las personas que habitan ese espacio.
Además de todo lo anterior, existe la posibilidad de que en esa casa “habiten” ciertas entidades, llamémosles espíritus, que no pertenecen a este mundo, que quedaron enganchados a la casa debido a ciertos vínculos con ella. Aunque para la mayoría de las personas sean invisibles, es habitual que a su alrededor pulule este tipo de energía que carga poderosamente el ambiente y que las personas más sensitivas suelen percibir nada más entrar por la puerta.
Pero el ingrediente principal en esta “sopa energética” que constituye una casa, la más importante fuente de energía que alimenta ese hogar, es la de los actuales residentes de la vivienda, que son los que la van cargando día a día, dotándola del sabor más acusado y predominante con sus experiencias, sentimientos y su conciencia.