Las corrientes de agua subterránea son, posiblemente, la principal fuente de nocividad dentro de estas radiaciones de origen natural.
Todo indica que la radiación natural terrestre que parte desde el interior del planeta resulta de alguna forma ‘amplificada’ al atravesar cualquier corriente de agua que encuentre en su camino ascendente. Su efecto patógeno llega hasta una altura muy considerable (varios kilómetros por encima de la superficie terrestre) y atraviesa cualquier tipo de material, por lo que afecta tanto a las viviendas de una planta baja como a las de las plantas altas de cualquier edificio. Éste es el principal motivo por el cual aquellas personas que viven, trabajan o duermen sobre la vertical de alguna de estas corrientes de agua, acaban viendo afectada de forma negativa su salud.
Dormir en la vertical de una corriente de agua perturba la regeneración celular y no permite que la glándula pineal pueda segregar melatonina (hormona activa para la reparación celular). Los síntomas son múltiples: dolores de cabeza, dolores articulares, disfunciones orgánicas, depresión, y a largo plazo puede llegar a derivar en enfermedades neurodegenerativas, leucemia, tumores, cáncer, etc.
Aunque el agua es fuente de vida, la presencia de agua subterránea suele tener siempre un efecto desvitalizador para los seres vivos situados en la superficie de estos terrenos.
Nuestros mayores, y muchas de las culturas antiguas, conocían quizá intuitivamente que era peligroso construir sobre corrientes de agua ocultas bajo la tierra. Por supuesto, la dirección de la corriente, la profundidad, el caudal y la composición del material por el que circula determinan el grado de incidencia patógena sobre su vertical.
El efecto negativo en la salud es particularmente importante cuando se cruzan dos o más corrientes de agua subterránea a diferente nivel o coinciden con cruces de la red Hartmann, Curry u otras áreas geopatógenas en un punto. Además, la creciente contaminación electromagnética (derivada de instalaciones y aparatos eléctricos y dispositivos de comunicación inalámbrica) crea sinergia con la radiación natural de las corrientes de agua subterránea, “envenenando” aún más estas últimas y planteando un panorama muy preocupante para el futuro de la salud pública ante el imparable crecimiento y auge de estas tecnologías inalámbricas y sus radiaciones artificiales.
En el caso de los niños menores de un año, las defensas son aún débiles, por lo que una zona geopatógena puede convertirse en una agresión difícil de superar. Incluso los adultos, la estancia permanente en lugares de fuerte alteración geofísica acaba siempre imponiéndose a sus defensas y reservas orgánicas, tarde o temprano.
Otro aspecto a tener en cuenta del agua subterránea está relacionado con la “memoria del agua”, según la cual el agua posee la capacidad de captar información emitiéndola después en su recorrido. Los trabajos del fallecido investigador francés Jaques Benveniste, la investigación del terapeuta japonés Masaru Emoto o los más recientes estudios del Premio Nobel de medicina Luc Montagnier parecen confirmar esta tesis. Se ha observado que las aguas subterráneas que atraviesan cementerios, mataderos o zonas que han sido testigo de sucesos históricos sangrientos suelen estimular estados emocionales de signo negativo, como agresividad, tristeza, depresión o miedo, siendo tendencias que manifiestan muchas de las personas que viven en edificios construidos sobre su curso. A estos estados emocionales se unen los demás síntomas físicos que conllevan el vivir, descansar o permanecer largos periodos de tiempo en la vertical de las aguas subterráneas, con lo que el problema se agudiza más si cabe.
En muchas ocasiones, los trastornos y patologías desaparecen simplemente con cambiar la ubicación de la cama a otra libre de radiaciones telúricas; en otras, es necesario una determinada terapia de apoyo para restablecer las constantes normales, siempre y cuando la persona haya salido de la zona afectada. En otros países, la influencia en la salud de las zonas geopatógenas ya es conocida ampliamente por la opinión pública, por más que en muchos casos la reticencia de los organismos responsables de la salud ralentice el conocimiento de estos riesgos y su utilización como una auténtica medicina preventiva, paliativa y curativa.